Contamíname

Fuente: pexels.com
Es muy triste saber que la contaminación ha disminuido exponencialmente desde que estamos confinados en casa. Ahora no podemos ni contaminarnos a nosotros mismos; han cesado los besos, los abrazos, el apretón de manos, la cercanía. Todo aquello que nos convierte en humanos ha cesado de repente: incluída esa contaminación.

     Como especie, siempre he dicho que debería darnos vergüenza ser la única plaga real que hay en el planeta, aquella incapaz de autorregularse tal y como lo puede hacer una plaga de langostas, de estorninos o de mosquitos. Estoy de acuerdo en que arrasa con todo lo imaginable por donde quiera que pasa, pero al final, cuando de forma natural llega su hora, desaparece y es la propia naturaleza la que lo gestiona. Sin embargo, a nosotros nadie nos gestiona. ¿Por qué nos sorprende que sea ella -la naturaleza- la que pretende regularnos? Estoy seguro de que la causa fortuita bajo la que se esconde la razón del virus que nos gobierna, no es más que una cabeza de turco con la que la naturaleza demuestra todo su potencial, de aquello que es capaz sin bombo ni platillo. Nos demuestra lo insignificantes que somos.
     Ese muerciélago que ha servido de vector para transmitirnos una enfermedad no es más que un mero vehículo; bien podía haber sido cualquier otro -otro animal, una planta, el agua. No soy especialmente dado a divagar sobre conspiraciones que pongan en jaque el equilibrio de individuos, de empresas o, como en este caso, del planeta, pero me temo que, en esta ocasión, debemos tener espíritu de contrición y, por una vez en la historia, volvernos humildes como especie. Humildes como plaga.

     A fin de cuentas, somos nosotros los que llamamos plaga a esas bandadas de langostas, estorninos o mosquitos. Porque no nos interesan económicamente. Porque destruyen aquello que necesitamos para comprarlo a 4 y venderlo a 5. Y, sin embargo, ahora, un simple virus que, según se asegura,  ha aparecido en nuestra vida de forma natural, nos insta a levantarnos y a darnos cuenta de que somos la mayor plaga en la historia. En la historia del planeta, no en la historia de la humanidad, por mucho que a muchos nos cueste aceptarlo.

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