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Mostrando entradas de agosto, 2020

Despacito, paisanito

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  "Despacito, paisanito, despacito y tenga fe"... Es lo primero que alguien me ha dicho hoy, antes incluso que el habitual "Buenos días".       Se trataba de un vecino con el que, los mas de los días, me cruzo a primera hora cuando saco a pasear a Queen, mi perro ya entrado en años, el carlino lleno de achaques y vida.       -"Es una canción de Atahualpa Yupanqui" -me aclaró.       Y he de confesar que no la conocía. Ahora ya sí, dado que justo en el momento en que el vecino continuó calle abajo busqué la letra de la canción en el mundo onírico que guarda todo teléfono móvil. Pensé que aquello, como en las películas, era una señal de alguien que habitualmente se cruza en nuestras vidas y al que apenas tenemos en cuenta entre el ajetreo diario y, sin embargo, se trata de un ser de otro planeta, otra dimensión o de otro concejo alternativo  que viene a mostrarnos un camino oculto al que se accede únicamente si atendemos a esas señales escondidas.      Es una

Antiguamente

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        He descubierto que hay una cosa que me molesta especialmente: que alguien se empeñe de forma sucesiva en hacer ver cómo se hacían las cosas "antiguamente", dando por supuesto que esa forma sigue siendo tan válida en la actualidad como lo era cuando la compra-venta se hacía a través del trueque y no con tarjetas de crédito.      Se trata de una falta de actualización que puede herir incluso las sensibilidades más ásperas. El hecho de que alguien se empecine en repetir y repetir y repetir hasta la saciedad algo que hace años era lógico y hoy resulta incluso absurdo, es algo que me saca de quicio. Incluso cuando estás mostrando que ya han aparecido otras formas de hacerlo, de abordarlo -sea la actividad que sea-, de forma habitual la otra persona mantiene intacta su opinión, por más que le muestres ante sus ojos que, si mezclas amoniaco con lejía, se desprenden vapores irritantes. Aunque sus ojos se licuen entre lágrimas y les abrase la garganta por el escozor, la tozud

El suicidio de los malos

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Siempre me he sentido identificado de un modo especial con ciertos «malos» de las películas. Hasta el punto de desear que fuese el «malo» quien consiguiese escapar, hacerse con el botín o salir ileso de la perrería. Es decir, en muchas ocasiones deseo que  la película en cuestión finalice de otra manera, no como aconsejan las productoras o quienes aconsejen las buenas maneras en estos casos.       Ayer he leído varias noticias que hicieron que en mi imaginación despertase el Hannibal Lecter que llevo dentro, o al Unabomber o cualquiera de aquellos que justifican sus acciones encubriéndolas de cierta inteligencia. En esas noticias aparecían varios jóvenes que habían quedado para contagiar el virus a la mayor cantidad de personas posibles en una playa y, por si esa noticia no fuese aterradora ya por sí sola, venía acompañada de otra que aseguraba que muchos jóvenes buscaban contagiarse evitando en todo momento las condiciones mínimas de sentido común que imponen los entes sanitarios. Por