El cajón de los calcetines


Fuente: pexels.com
A una persona se la conoce por cómo tiene ordenado el cajón de los calcetines.

     Cada vez que me enfrento a una persona ―digo «enfrentar» y no, por ejemplo, «conocer», porque no soy especialmente sociable― bien sea tras una presentación formal o tras un encuentro fortuito ―un desconocido en el supermercado, un vecino en el ascensor― me pregunto cómo tendrá ordenado el cajón inferior de su armario. No sé por qué, pero siempre relegamos a los calcetines al estante más bajo de nuestro ropero. Aun teniendo en cuenta que envolverán nuestros pies, aquellos que nos llevan de un lado a otro, los olvidamos en la parte más baja del escalafón. Quizás deberíamos guardarlos en un estante superior, pero algún sentimiento atávico nos insta a continuar con la humillación. Me imagino a ese desconocido o a ese vecino con el cajón ordenado en estricto sentido militar o bien descolocado como el pelo de un adolescente, sin que calcetín alguno repose junto a su pareja. De ese modo comienza a caerme bien o no.

     Parece mentira que algo tan básico como unos calcetines sea capaz de darnos una idea real de cómo es la persona en cuestión. Antes de involucrarte con alguien ―un amigo, un compañero de trabajo, una futura pareja― habría que instarle a que nos muestre el cajón de sus calcetines. Debería ser algo obligado en toda relación el hecho de, tras decir tu nombre acompañado del beso en la mejilla o del apretón de manos, abrírselo de par en par como quien abre su corazón: «Soy “fulanito” o “fulanita” y aquí tienes el cajón de mis calcetines. Me has pillado por sorpresa: lo tengo hecho un asco. Habitualmente lo tengo todo ordenadito». Se podría llevar en la cartera una foto del cajón junto a la fotografía del marido, de la mujer o del perro, aunque entonces alguien podría pensar en manipulaciones artísticas con algún programa de ordenador que guardase oscuras intenciones. Incluso aparecería alguna red social especializada en cajones. Likes, corazoncitos y comentarios banales sobre algo tan importante como ese cajón. El ser humano de nuevo frivolizando.

     No soy muy dado a prosopopeyas, pero me inspira cierta ternura ―como a todo el mundo, supongo― considerar cómo un calcetín solitario echa de menos a su pareja, perdida en la lavadora, en el tendal o en el patio del vecino. En ocasiones me sorprendo mirando mi cajón, buscando una pareja que se ha perdido entre la multitud o simplemente eligiendo el par que me pondré a continuación y siento cierta curiosidad acerca de si, en alguna ocasión, algún conocido ―o desconocido― se ha preguntado acerca del mío. Estoy seguro de que se llevaría una sorpresa.

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