El coronavirus


El mundo se ha obsesionado con una posible epidemia de coronavirus y, si no me equivoco, alcanzará límites sospechados.

     A lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a virus que asolan regiones del planeta más o menos extensas, más o menos desarrolladas, más o menos definidas. Lo que nos preocupa no es que haya aparecido en China, Indonesia o Australia. Lo que nos preocupa es que llegue hasta nosotros en lo que sería una extensión del problema. Lo que nos preocupa es que el control se nos escape de las manos.

     Siempre ha habido virus ―gripe aviar, gripe A― y la pandemia globalizada que prometía entonces desembocó en la comparativa con otras epidemias que hemos aceptado y a las que no les damos apenas importancia. La gripe, pongamos por caso. Este último virus, cada año, mata a millones de personas en todo el mundo y lo hemos aceptado como quien acepta un grano.

     Es cierto que el virus que ahora nos compete es desconocido y no sabemos del todo qué puede provocar en nuestro organismo. Hemos leído algo acerca de síntomas que van desde algo similar a un resfriado hasta la neumonía más agresiva. Lo desconocido es lo que nos causa pavor. Quizás es cierto eso de que el conocimiento nos hace libres; sin embargo, estoy conociendo a personas que prefieren huir del virus antes que enfrentarse a él con los medios que tenemos a nuestro alcance.

     La realidad es que cada vez más pretendemos ser algo que no somos. En eso envidio a los perros: no pretenden ser más inteligentes de lo que son, ni mostrarse diferentes a como son en realidad. Sin embargo, nosotros sí. En el momento en el que algo diferente ―como el caso del coronavirus― altera nuestra normalidad, nos comportamos de una forma tan patosa como el pulpo del garaje que forma parte ya de tantas familias. Pretendemos actuar con normalidad o bien escandalizarnos como si nunca lo hubiéramos hecho, como si alguien hubiese arrancado la hoja de un incunable. Dejamos de comportarnos como seres humanos, si es que alguna vez lo hemos hecho.

     Por ello estoy convencido de que la pandemia que elimine al ser humano de la faz del planeta ya ha aparecido hace mucho tiempo: se llama esnobismo. Es un virus que se extiende tan poco a poco como lo hace la hiedra en un árbol, sin hacerse notar hasta que ya es demasiado tarde. Ya es una pandemia, pero como la gripe, lo hemos aceptado porque forma parte ya de nuestro día a día. Menos mal que la extinción está cerca.



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