El pirata y la plañidera

   
Fuente: pexels.com
Desde que decidí arrojar mis historias al mundo editorial, he descubierto que hemos convertido la literatura en un circo.
     La impresión inicial fue la ilusión, esa que tienen los niños cuando sus padres los felicitan por su dibujo antes de colgarlo sujeto con un imán en la nevera tras revolverles el pelo, orgullosos de su retoño. Sin embargo, a medida que pasaron los meses he descubierto cierto desconsuelo al ver mis historias en las estanterías de librerías multinacionales que ni siquiera saben que ese libro está ahí, que está expuesto como quien expone un pantalón o una camiseta, anónimo, huérfano y despojado de pasado.
     Una editorial está a medio camino entre un pirata y una plañidera: pirata en tanto que saquea, plañidera porque llora tras haberlo hecho. Quizás han perdido la noción de aquello para lo que fueron creadas -acercar los libros al público- y han transformado los libros, en base a los intereses mercantilistas habituales, en meros artículos de compra venta. Quien vende libros lo hace como si vendiese avellanas. Al menos es la impresión que me he encontrado. Los que somos ligeramente ingenuos nos damos cuenta, más tarde que pronto, que la primera impresión no es la válida. La segunda impresión es la que cuenta. Y no me ha gustado.
     Con el paso de los años me temo que la figura del editor se ha denostado. Y lo ha hecho debido a que cualquiera con mínimos conocimientos técnicos o mucha caradura puede convertirse en tal. Es lo que sucede cuando se democratiza el asunto. Y, para que conste, estoy a favor de la democratización de todo. Allá cada cual con el resultado. Que nadie pueda decir que no lo ha intentado. Los teléfonos móviles han democratizado la fotografía; las redes sociales han democratizado el periodismo; la falta de escrúpulos ha democratizado la estupidez humana.  Alguien puede crear una editorial -tanto física como online, tanto tradicional como de autopublicación- y dedicarse a vender libros o churros, en cucuruchos de seis o doce, con descuentos por cantidad. Repito que en eso se ha convertido lo que antes era literatura y la figura del editor que rebuscaba hasta encontrar calidad, se ha transformado en alguien que le da al botón de imprimir sin miramientos ni responsabilidades.
     Supongo que todos debemos ganarnos el pan con aquello en lo que creemos. Y no dudo que los editores creen que la literatura es algo sagrado y que resultaría el pecado más aterrador convertirla en algo tan banal y vacío como un trabajo más donde se vende un artículo más. Pero estoy hablando de las impresiones que me he encontrado. Y la impresión es esa: la de piratas que les da igual vender un libro que arena en el desierto.

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