La rutina rota

Fuente: pexels.com
Esta reclusión forzosa debida a la epidemia del coronavirus nos está permitiendo recapacitar sobre diferentes aspectos de nuestro día a día que, de otra forma, no los consideraríamos.

     Está lo de las relaciones entre nosotros. Con la reclusión nos ponemos en contacto con personas con las que, quizás, no hablábamos desde hace tiempo, bien porque habíamos dejado de tener contacto de forma fortuita o bien porque la distancia, el trabajo, la rutina nos impedían ofrecer un mínimo de tiempo para aquellos que deberían importarnos sin una razón concreta. He oído a muchos de los que me rodean decir que hablaban con determinadas personas más tiempo en estas fechas que en circunstancias normales, en las que, repito, parece que es la rutina quien nos lo impide.
     También está lo de nuestra necedad habitual. Sobre esto sí solemos recapacitar. Nos impiden la salida y venderíamos un riñón, o los dos, por poder continuar alternando con nuestros semejantes. Jamás hemos sentido tanta necesidad de salir de nuestra casa, escapar, huir del útero de las cuatro paredes que conforman nuestro hogar como hasta ahora, cuando, por fin, las autoridades se han puesto serias y han establecido las restricciones que tanto perturban nuestra rutina y que, en el fondo, son tan necesarias.
     Hace unos instantes, mi mujer me ha dicho que es muy triste pensar que el futuro del país jamás ha estado tanto en manos del pueblo como hasta ahora. Y tiene razón. Si no salimos a la calle, podremos curarnos como sociedad, establecer que, por fin, ha sido el pueblo el que se ha salvado a sí  mismo; en cambio, si salimos y hacemos oídos sordos a las restricciones, estamos condenándonos a nosotros mismos, como el alacrán del cuento que se pica a sí mismo. Lo peor de todo es que nos damos cuenta de esta manera: hasta que no ha llegado un virus que ha puesto en peligro nuestra estabilidad tal y como la conocemos hasta ahora, no hemos recapacitado acerca de lo poderoso que es el pueblo unido. Lástima que no nos pongamos de acuerdo en otros aspectos. Debemos ver en peligro nuestra comodidad para que reaccionemos. Lo peor de todo es que no reaccionamos así ante los virus que pueblan España en el día a día. Sería maravilloso que lo hiciésemos a partir de ahora.

     Quizás todo está motivado porque no sabemos qué hacer con nuestro tiempo libre. Tenemos un mínimo de tiempo para pensar, para recapacitar, y lo invertimos en discurrir posibilidades con las que matar ese tiempo: de forma aterradora se alquilan perros, se sale tres veces a la compra, se engaña a quien se pueda para seguir con nuestro día a día; la picaresca española no entiende de responsabilidades. A todos se nos llena la boca diciendo que haremos esto o aquello -leeremos estos libros, veremos estas series, estas películas, acabaré aquel cuadro de punto de cruz que tenía olvidado-, pero me temo que no nos damos cuenta de lo patosos que somos ante situaciones que se escapan de lo habitual. En el momento en que algo altera nuestra rutina, llamamos a personas con las que no hablaríamos de forma habitual, escaparíamos de la casa que nos protege sin los dos riñones o nos unimos como pueblo tal y como jamás lo hemos hecho.

Comentarios