Lo minúsculo

   
Fuente: pexels.com
En una de las escapadas en las que mi perra aliviaba sus necesidades, pensaba en el virus que nos recluye en casa y no nos deja hacer vida normal.
     Mientras Noa buscaba el sitio idóneo para eliminar los residuos de su metabolismo, me fijé que el prado en el que estábamos ella concentrada, yo distraído  se abría en miles de margaritas y decenas de dientes de león, blancas y amarillos, ajenos a todo, obviando de forma profesional todo lo que sucedía a su alrededor. Y me he sentido tan minúsculo como debe sentirse un grano de arena en una playa.
     Abordé ese tema el de nuestra insignificancia en la novela «Las islas vacías» en la que, en más de una ocasión, relaté lo minúsculos que somos en el planeta. Cierto que entonces lo hice frente a un fenómeno meteorológico. Ahora frente a esta manifestación que se aleja de aquello a lo que estamos habituados, aquello que nos hace sentir cómodos en nuestra situación de seres supuestamente conclusos. La naturaleza sigue su curso sabedora del papel que juega en el planeta, pero nosotros no. Los animales salvajes o domesticados— continúan con su afán de pertenecer al planeta mientras nosotros reclamamos nuestro papel protagonista en el sinsentido que nos toca vivir. Y lo hacemos de una forma muy patosa. Tras el comunicado del gobierno de la reclusión obligada en el propio domicilio para evitar la continuación de los contagios, en la psicosis generada por la posibilidad de quedarnos sin suministros más allá de la posibilidad de infectarnos por el virus demostramos que no dudamos en acaparar cualquier artículo considerado de primera necesidad sin que términos como «solidaridad», «conciencia» o «empatía» aparezcan entre los pasillos de los supermercados. Los animales no hacen eso. Satisfacen sus necesidades inmediatas y se alejan. Pero nosotros no somos capaces: he visto acaparar yogures más allá de lo que dicta la cordura sin tener en cuenta al resto de los clientes.
     Continuamos creyéndonos el centro del universo, pero incluso una simple margarita consigue ponernos en nuestro sitio. Sería maravilloso que lo tomásemos como una lección de humildad.
  

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