Los miserables


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En distintos países el precio de las mascarillas y de los alimentos ha subido debido a la alarma manifestada en base a la necesidad de surtirse de artículos de protección y viandas básicas frente a una posible epidemia global de coronavirus.

     Tenemos la capacidad de hacer frente incluso a esa máxima económica que dice que, si el precio de un artículo aumenta, su demanda baja y viceversa, si el precio disminuye, la demanda tiende a aumentar. Nosotros le damos la vuelta a la tortilla: si la demanda aumenta, se encarece el producto. Como buenos hijos de puta.

     Para un animal cualquiera si hay escasez de alimento sus congéneres también lo encarecen y manipulan en cierta medida el «precio» al hacerlo más inaccesible para ese animal cualquiera. Si podemos sacar cualquier provecho económico, nos es indiferente el motivo. Por una vez nos convertimos en animales. Me pregunto cómo es posible que alguien encarezca el precio establecido de antemano de un producto cualquiera aún a sabiendas de que alguien lo necesita. Sobremanera si sabe que va a aumentar la demanda. Aireamos al miserable que llevamos dentro. No habitúo a considerar posibilidades sensacionalistas, pero me pregunto cuántos padres y madres han tenido que agachar la cabeza y aceptar el robo para poder llevarse a casa una mascarilla o cuántos, simplemente, no han podido costearla por su encarecimiento deliberado. Y se me hinchan las pelotas, que diría aquel entrenador de fútbol. Es el mismo método que aparece en las historias apocalípticas cuando el alimento comienza a escasear debido a cualquier razón: disparan el precio y los piratas se convierten en los malos de la película. Tenemos la capacidad de que cuando termina la película volvemos al mundo soñado en el que todos nos empeñamos en vivir, tal y como si no hubiese sucedido nada.

     Los entendidos en economía dirán que es «la ley de la oferta y la demanda». Pero quizás es cierto aquello que decía aquel profesor de que «la realidad es un caso particular que no nos interesa»; en ningún tratado de economía se habla de la miserabilidad del ser humano. Se nos llena la boca hablando de oferta, de demanda, de puntos de equilibrio, de ratios, pero en ningún momento se establece la correlación entre la oferta, la demanda y la capacidad de disparar nuestros genes hijoputas.

     No somos más que monos que han perdido la empatía. Con todos mis respetos. Hacia los monos, por supuesto. Ellos no tienen la culpa de que hayamos derivado en lo que somos.


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