Exigo una satisfacción

Fuente: pexels.com
Hay individuos que están por encima de toda ofensa. Les es indiferente la palabra soez, el insulto o el improperio. Dejan escapar la rebelión como la gota de agua que cae del grifo mal cerrado. Con indiferencia.
   
     En el primer paseo diario con mi perra vi a unos de esos individuos de los que hablo, atado también a un perro que caminaba a unos veinte metros de nosotros. Envuelto en un anorak azul llevaba el paso distraído de quien tiene la mente despejada y en calma. Dada la situación de tensión que se vive actualmente con motivo de la reclusión forzosa, alguien -un vecino de la calle por la que paseábamos- se dirigió a él con el tono despectivo de quien pretende comenzar una discusión. Lo hizo con megafonía y parapetado tras una persiana. Me pregunto por qué no dio la cara cuando gritó "Vete para casa ya con el perro. Gilipollas. Sí. Tú. El de azul". Me quedé mirando hacia arriba para ver si podía distinguir al vecino en cuestión pero no pude encontrar más que, repito, persianas bajadas, ventanas cerradas y las cortinas que esconden las miserias habituales. Sin embargo, mi antecesor en el espacio continuó caminando con su pitbull negro como si lo anterior tan solo lo hubiese escuchado yo. Acerté a escuchar un anacrónico "Me ha ofendido. Exigo una satisfacción" seguido de una larga carcajada que, en ningún caso, le hizo variar el ritmo de su paso. Me sentí como en una novela de Perez Reverte ambientada en la Francia anterior a la revolución. Estoy seguro de que el transeúnte continuó su paseo tal y como lo habría hecho en caso de no haber escuchado nada. Pronto desapareció al doblar la calle y no quedó ni rastro de él, del perro o del vecino ocioso.

     A poco que uno lea, adivina que la Historia de España es la historia de cómo joder al vecino. Me imagino a ese vecino encendido tras la cortina o la persiana maldiciendo la suerte de aquellos -no la suya propia- que tienen un perro con el que poder salir a pasear en este Viernes Santo carente de excusas por el cierre de comercios y tiendas varias. Tampoco lo culpo. El hecho de estar encerrados hace que salga lo mejor y peor del ser humano. La pena es que España no sabe de actos de contricion. Lo peor, una vez que cai en la cuenta al entrar en el ascensor y mirarme en el espejo, es que yo también llevaba un anorak azul.

 

Comentarios