Las causas

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Es sabido, al menos por mí, que soy una apasionado de los números, de las matemáticas y, en concreto, de la estadística. En estos tiempos en los que parece que la ociosidad nos coge de la mano y dirige nuestros pasos, creemos necesario hablar de número de fallecidos, de contagiados y de aquellos dados de alta como si con ello fuésemos a sumar o restar importancia al hecho que nos envuelve. Parece que los porcentajes actúan como analgésicos o estimulantes según el caso.

     No se debe frivolizar con números cuando se trata de personas. Actualmente hay casi 59.000 personas fallecidas en todo el mundo por el coronavirus. Que no es poco. Pero, matemáticamente, es menor que los fallecidos anualmente por otro tipo de enfermedades, diarreas o diabetes, por ejemplo, ni qué decir de enfermedades coronarias, tumores o enfermedades respiratorias. Es una cifra ridícula en comparación con esas otras causas, pero, repito, soy de los que cree que no deben compararse las cifras de fallecidos con el fin de restar importancia a una causa u otra. 
     Comparo todas esas cantidades porque parece que aquellos fallecimientos causados por determinados factores son aceptados de una manera y aquellos provocados por el coronavirus de otra. El hecho de que x millones de personas fallezcan en todo el mundo por diarrea, por diabetes, por distintas enfermedades cardiovasculares o por cánceres varios parece que ridiculiza a esta causa que puede afectarnos a todos de esta forma tan novedosa. Me lleva a pensar que nos preocupa porque nos puede afectar en apenas unos minutos, a lo largo de la tarde o mañana mismo, mientras que afecciones tan comunes como las antes relatadas, o bien las hemos aceptado por «comunes» o bien no las tenemos tan en cuenta porque no nos afectan a menos que apelemos a la mala suerte avalada por la probabilidad. No soy de los que habla de «hipocresía» cuando atendemos a una causa de muerte si nos puede afectar de forma directa y no si afecta a terceras personas que no conocemos tanto por causas geográficas como fortuitas. Pero me parece triste el hecho de que nos preocupemos del número de fallecidos cuando uno de ellos podemos ser nosotros mismos. Excepto los familiares y conocidos directos nadie se preocupa de las causas de los más de 15 millones de fallecidos por cardiopatías o accidentes cerebrovasculares, o de los 3 millones provocados por enfermedades obstructivas crónicas (EOC) o de los casi 2 millones de fallecidos por cánceres de pulmón, tráquea y bronquios (La fuente es la OMS, (https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/the-top-10-causes-of-death), no de informativos sensacionalistas). Y hablo de preocupación por causas; por supuesto que todos nos preocupamos de los fallecidos, pero no tanto de las causas que lo provocan. 

     ¿Las causas de las cardiopatías? ¿Las causas de los distintos cánceres? ¿Las causas de las EOC? ¿Las causas del coronavirus? Alguien falto de originalidad diría que «muerta la causa, se acabó la rabia». Imagínense por un momento que se elimina la causa del virus. El problema sería, después, el resto de los virus que nos asolan y no somos capaces de erradicar: antes hablaba de la hipocresía, pero también podríamos hablar de ataraxia, falta de empatía, de egolatría. «Muerto el virus, se acabó la rabia», aunque me temo que el virus es nuestra falta de empatía. Y ese no se erradicará ni con lecciones de humildad como esta.

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