No lo sé

Fuente: pexels.com
Después de varios años como profesor de matemáticas he descubierto que hay dos tipos de «no lo sé».

     Por una parte está el «no lo sé» utilizado por aquellos alumnos -utilizo el término «alumnos» en lugar de «personas» por defecto profesional- que realmente no entienden algún concepto y están dispuestos a que, en calidad de profesor, yo -o cualquier otro- se lo explique con el fin de que ese nuevo concepto les permita avanzar en la materia correspondiente. Por otra parte, están aquellos alumnos que dicen «no lo sé» con esa falta de interés que no hace sino retroalimentar la desidia en la que han caído, utilizando ese tono en esas tres palabras -no lo sé- para indicar que ni lo sabe ni le interesa saberlo.
     Alguien me preguntaba hace poco qué alumnos eran aquellos que más me motivaban, si aquellos con un interés manifiesto o, por el contrario, aquellos que no manifestaban ninguno, siendo entonces nuestra capacidad para despertar ese interés la que nos incentivaba a continuar con nuestra labor. En todas las aulas hay esos dos tipos de alumnos y, por extensión, supongo, también en la vida real. Está quien pasa por ella como el alumno que lo olfatea todo, poniendo a prueba al profesor con una inquina que muchas veces roza lo agradecido por inusual, y también quien pasa por la vida por inercia, sin preguntarse siquiera por qué por qué lleva tilde y porque no, por ejemplo. Como decía un profesor de filosofía inolvidable de mi instituto, «merecen respeto igualmente unos y otros, pero no puede concederse igual legitimidad moral a sus respectivas actitudes (...)». Él aludía a aquellos que apoyaban la razón frente a la fe o viceversa, pero, en este caso, esa máxima se puede aplicar de la misma manera hacia estos dos tipos de alumnos a los que me refiero.
     Me resulta gracioso, tras estos mínimos años de experiencia, saber con qué alumno me enfrentaré tras la primera contestación. Una vez presentado en el aula y lanzada al aire la primera cuestión, o bien emiten las tres palabras con el interés manifiesto de quien pretende una explicación posterior o bien las emiten como si fuesen un antídoto, una vacuna contra ese mal que pulula por el aire en forma de pregunta y los pudiese infectar como el virus que se ha puesto tan de moda en los últimos tiempos. Supongo que esta última forma de responder la imaginan como la mascarilla blanca que nos protege de la saliva, del esputo, de otras palabras.

     Quizás merezcan el mismo respeto unos y otros. Quizás es nuestra labor como profesores tornar la ataraxia en la contestación a una forma positiva de entendimiento. Quizás. No lo sé.

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