La llamada
A las 5 de la mañana de esta última noche estaba paseando a mi perra. Tiene la costumbre de tocarme con la nariz la mano que sobresale del colchón. Es su humedad habitual la que hace que me despierte y no el toque mínimo y repetido con el que lo intenta. No acierto a comprender las razones por las que se despierta a mitad de la noche y acude en mi busca en el lado izquierdo de la cama. La mayoría de las veces regresa a la suya -que está a los pies de la nuestra- tras rascar su nariz o acariciarle la cabeza recién despertada. Quizás una pesadilla, una mala postura, un ruido desconocido hace que se sobresalte y busque refugio en la caricia. Sin embargo, en otras ocasiones, el movimiento repetido del que antes hablaba continúa tras haberla intentado calmar y animar a que regrese a su colchón todavía caliente. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que no es ella quien reclama mi atención sino sus intestinos que, por alguna razón, han despertado revueltos y con necesidades inmed