El suicidio de los malos

Siempre me he sentido identificado de un modo especial con ciertos «malos» de las películas. Hasta el punto de desear que fuese el «malo» quien consiguiese escapar, hacerse con el botín o salir ileso de la perrería. Es decir, en muchas ocasiones deseo que  la película en cuestión finalice de otra manera, no como aconsejan las productoras o quienes aconsejen las buenas maneras en estos casos. 

     Ayer he leído varias noticias que hicieron que en mi imaginación despertase el Hannibal Lecter que llevo dentro, o al Unabomber o cualquiera de aquellos que justifican sus acciones encubriéndolas de cierta inteligencia. En esas noticias aparecían varios jóvenes que habían quedado para contagiar el virus a la mayor cantidad de personas posibles en una playa y, por si esa noticia no fuese aterradora ya por sí sola, venía acompañada de otra que aseguraba que muchos jóvenes buscaban contagiarse evitando en todo momento las condiciones mínimas de sentido común que imponen los entes sanitarios. Por añadidura, como una postdata, el cantante de un concierto promulgaba un fuera mascarillas como quien lanza un salivazo a la cara de un transeúnte cualquiera.

    Quizás «el ser humano es mitad ruindad y mitad indiferencia», como dice José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, esa obra maestra tan olvidada y de la que ayer, por casualidad, estuve releyendo determinados pasajes antes de encontrarme con esas noticias de las que hablo. Cuando nos enfrentamos a algo que nos sobrepasa, sale lo mejor de nosotros mismos, pero también sale lo peor, convirtiéndonos sin miramientos tal y como he dicho en tantas ocasiones en los monos sin apenas pelo que somos, seres que solo buscan su propia supervivencia sin tener conciencia de la especie a la que pertenecíamos. ¿Cómo alguien puede buscar contagiar a los demás, como si fuese un deporte de riesgo más? ¿En qué cabeza puede surgir una mínima excusa para llevar a cabo semejante intento? Supongo que alguno de esos malos de película tendrían una diatriba larga y sugerente con la que incluso intentarían convencerte de sus propósitos, justificados con alguna causa justa y superior que todo lo aclarase.

    La única esperanza de salvación es la de suponer que esas acciones fueron un suicidio. O, al menos, un intento. En un gesto de lucidez han pensado que lo mejor para la humanidad es un suicidio colectivo con el que limpiar de alguna manera esta sociedad que bebe de la ignorancia y de la falta de sentido común. Muertos los perros se acaban las rabias. Quizás, en el fondo, esos malos de las películas no sean tan malos como la prensa los ha pintado. Tan solo buscan exterminarse entre ellos, porque los buenos de las películas les importan.

Comentarios