El suicidio de los malos
Quizás «el ser humano es mitad ruindad y mitad indiferencia», como dice José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, esa obra maestra tan olvidada y de la que ayer, por casualidad, estuve releyendo determinados pasajes antes de encontrarme con esas noticias de las que hablo. Cuando nos enfrentamos a algo que nos sobrepasa, sale lo mejor de nosotros mismos, pero también sale lo peor, convirtiéndonos sin miramientos ―tal y como he dicho en tantas ocasiones― en los monos sin apenas pelo que somos, seres que solo buscan su propia supervivencia sin tener conciencia de la especie a la que pertenecíamos. ¿Cómo alguien puede buscar contagiar a los demás, como si fuese un deporte de riesgo más? ¿En qué cabeza puede surgir una mínima excusa para llevar a cabo semejante intento? Supongo que alguno de esos malos de película tendrían una diatriba larga y sugerente con la que incluso intentarían convencerte de sus propósitos, justificados con alguna causa justa y superior que todo lo aclarase.
La única esperanza de salvación es la de suponer que esas acciones fueron un suicidio. O, al menos, un intento. En un gesto de lucidez han pensado que lo mejor para la humanidad es un suicidio colectivo con el que limpiar de alguna manera esta sociedad que bebe de la ignorancia y de la falta de sentido común. Muertos los perros se acaban las rabias. Quizás, en el fondo, esos malos de las películas no sean tan malos como la prensa los ha pintado. Tan solo buscan exterminarse entre ellos, porque los buenos de las películas les importan.
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