El turista habitual


Me gusta hacerme fotografías en lugares que conozco sobradamente. Como si fuese una turista cualquiera. Visto mi camiseta de tirantes, los primeros pantalones cortos que encuentro en el armario, las alpargatas y el sombrero que -según asegura mi mujer- hace que parezca italiano. 

     Con ese look poso delante de la facultad de química, delante de mi portal, en la plaza de la fuente por delante de la que paso a diario camino del trabajo y ofrezco mi mejor sonrisa, como si fuese la primera vez que estoy allí. En ocasiones resulta cómico. Algún vecino me descubre sonriendo en un escenario absurdo -el portal, la calle en la que vivo, un banco cualquiera del barrio-, mirando a la cámara y preguntándose por qué diablos estaré haciéndome una fotografía precisamente en aquel instante y en aquel lugar tan ajado de rutina. Sin embargo, rara vez me lo preguntan: supongo que es porque se ha aceptado -de forma generalizada- la absurda necesidad que existe en la sociedad actual de documentarlo todo, con urgencia adolescente, para que ocupe ese espacio en forma de megas en el teléfono móvil o en la tarjeta de la cámara fotográfica que estemos utilizando. Lo más habitual es que borre esas fotografías al acabar el día, cuando regreso a casa y me divierto en el sofá viendo las muecas que he ofrecido a la cámara, en muchas ocasiones sin recordar haberlas puesto. En ocasiones descubro a un transeúnte en algún lugar desenfocado del encuadre también mirando a la cámara y me pregunto qué es lo que estaría pensando mientras hacía clic. Con ello -hacer las fotografías que apenas durarán unas horas en mi teléfono móvil- no pretendo hacer una alegoría acerca de la sociedad actual, ni una burla sobre la necesidad de dejar constancia de lo vivido de aquellos que se creen adolescentes, sino que lo hago con la intención de que alguien lo interprete como, aun sabiéndome visitante de esos lugares de forma habitual, que es la primera vez que estoy en ellos. 

 Y, de alguna manera, es la primera vez que estamos en cualquier lugar, aunque visitemos ese espacio a diario. Olvidamos sorprendernos cuando nos acostumbramos a un escenario, a un quehacer, a una persona. Ojalá alguno de esos viandantes que se cruzan en mi horizonte de forma esporádica cuando hago clic, lo entienda y comience a juzgar esos espacios como si fuese también la primera vez que lo visitan, aunque los frecuenten a diario. Ojalá que, en lugar de juzgar lo absurdo de la fotografía, sopese las posibilidades que guarda.

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